Poner un nombre a un coche significa muchas horas de trabajo para los expertos en márketing. No sólo tiene que sonar bien, sino evocar valores y experiencias en sus futuros propietarios. Algo cada vez más difícil si tenemos en cuenta que hay más de 800.000 denominaciones patentadas. A ello hay que sumarle que lo que puede tener sentido en Japón o el mercado anglosajón, puede resultar malsonante en España, Grecia o Francia. Algo que ha pasado con el reciente Tata Zica, pero que ya pasó con el Mitsubishi Pajero, el Mazda Laputa o el Nissan Moco.
El Tata Zica ha sido bautizado así como acrónimo de Zippy Car (coche enérgico, en español), y han tenido que recular por su semejanza fonética con el virus Zika, de enérgica actualidad. Y ahora ese modelo ha sido rebautizado como Tiago, en homenaje al futbolista del Atlético de Madrid.
Este caso se une a una larga lista de despropósitos etimológicos, como el Mitsubishi Pajero (sustituido por Montero). Pajero aludía a la agilidad de un felino sudamericano, conocido como gato pajero o de los pajonales.
Otros casos fueron el Mazda Laputa -que, si bien no llegó a venderse en España, sí lo hizo en Estados Unidos, donde hay una gran población hispana…-, el Ford Corrida -en los años 70-, el Lancia Marica, el Kia Borrego -nombre que adoptó el Kia Mohave en Estados Unidos- o el Nissan Moco -un microcoche que podía adquirirse en varios colores, entre ellos, claro, el verde-.
A veces ocurre, incluso, que un nombre a priori neutral se llena de dobles sentidos. Es el caso del Fiat Marea (imaginen en una carretera con curvas), el VW Jetta o el Ford C-MAX Turbo (este último léanlo rápido y, si es posible, con el tradicional seseo andaluz…